Por años, la adultez madura ha sido asociada con la idea del “declive”: pérdida de energía, deterioro físico y desvinculación emocional. Sin embargo, una corriente de pensamiento reciente —respaldada por especialistas en salud mental y bienestar— está reformulando este concepto. Se trata de la sexalescencia, una palabra que mezcla “sexualidad” y “adolescencia” para describir un nuevo despertar emocional, afectivo, creativo e incluso sexual que muchas personas experimentan entre los 45 y los 65 años.
Esta etapa no es una moda ni una etiqueta frívola: es una reivindicación de la plenitud en la madurez. Porque después de años de trabajo, crianza, exigencias externas y autorreproches, llega un momento en el que la persona se pregunta: ¿y yo qué quiero?
La adolescencia se caracteriza por la búsqueda de identidad, el deseo de autonomía y una revolución hormonal. La sexalescencia, aunque ocurre mucho más adelante en la vida, comparte varios de esos elementos: hay una necesidad de redefinir el propósito vital, un interés renovado por el cuerpo y los vínculos, y un impulso por reconectar con pasiones postergadas.
La diferencia es que ahora hay más conciencia, más experiencia y menos necesidad de aprobación. Quienes transitan esta etapa suelen decir que sienten “ganas de vivir con más libertad”, ya no para agradar al mundo, sino para agradarse a sí mismos.
Uno de los mayores tabúes en torno al envejecimiento es la sexualidad. Se asume, erróneamente, que con el paso de los años desaparece el deseo. Pero lo que cambia no es la intensidad del deseo, sino su expresión. La sexalescencia no implica una vida sexual al estilo juvenil, sino una intimidad más consciente, más pausada y emocionalmente rica.
“La sexualidad en la madurez no es un capítulo cerrado, sino una página nueva por escribir”. Muchas personas reportan sentirse más libres para explorar lo que realmente les gusta, sin las inseguridades del pasado ni la urgencia de cumplir con expectativas ajenas.
Además de lo físico, esta etapa marca un retorno a las emociones profundas. A veces esto se manifiesta en una búsqueda espiritual, en un interés renovado por el arte, la naturaleza o la terapia. En otros casos, se trata de revisar las relaciones significativas: ¿cuáles nutren y cuáles agotan?
En muchos casos, las personas comienzan a soltar vínculos que ya no les aportan, e incluso inician relaciones amorosas nuevas, más alineadas con sus verdaderos deseos. No es raro escuchar frases como “ahora me siento más yo que nunca” o “por fin tengo tiempo para mí”.
Durante la sexalescencia, también es frecuente el deseo de reinventarse profesionalmente o de cumplir metas que antes parecían lejanas. Desde estudiar una nueva carrera, escribir un libro, hasta iniciar un emprendimiento, muchas personas descubren que nunca es tarde para empezar de nuevo.
Este impulso puede ir acompañado de cierta ansiedad: el temor a “perder el tiempo” o a no estar a la altura. Pero cuando se reconoce que cada experiencia vivida ha sido parte del camino, surge una poderosa certeza: el presente también puede ser el mejor momento para crecer.
Una de las claves de esta etapa es el autoconocimiento. Muchas personas que atraviesan la sexalescencia inician procesos terapéuticos, no porque tengan una crisis, sino porque quieren entenderse mejor, soltar mandatos heredados y vivir con mayor autenticidad.
La terapia en esta etapa puede ayudar a resignificar viejas heridas, integrar lo aprendido y construir un presente más coherente. Es común revisar el vínculo con los padres, el lugar que se ocupó en la familia, y las creencias sobre el amor, el trabajo y el éxito.
La sexalescencia no niega el paso del tiempo, lo abraza con dignidad. Es una etapa para atreverse, para probar sin la presión de triunfar, para saborear los silencios y celebrar las certezas que llegan con los años. Es la prueba de que madurar no es marchitarse, sino florecer de otro modo.
En una sociedad que todavía idealiza la juventud, hablar de la plenitud a los 50 o 60 es un acto revolucionario. Porque mientras muchos corren para no envejecer, hay quienes deciden vivir con más presencia y profundidad. Y ese es, sin duda, el verdadero rejuvenecimiento.