Dormirse en plena jornada laboral puede ser motivo de sanción en la mayoría de países occidentales. Pero en Japón, existe una práctica socialmente aceptada —e incluso valorada— llamada Inemuri, que redefine la forma en que entendemos la relación entre descanso y productividad.
En un país donde los trabajadores suelen pasar largas horas en la oficina, muchas veces excediendo las 60 horas semanales, echarse una cabezadita en el escritorio no es sinónimo de desgano, sino un símbolo de que se está trabajando tan duro que incluso se necesita una breve pausa para recuperar energía.
"Dormir en el trabajo es señal de estar presente", reza una de las máximas culturales asociadas al Inemuri. Lejos de ser visto como desinterés o flojera, se interpreta como una forma de estar allí sin estar completamente fuera de servicio. Una especie de descanso vigilante que permite al trabajador permanecer disponible mientras recupera fuerzas.
La palabra Inemuri (居眠り) se traduce literalmente como “estar durmiendo mientras se está presente”. En la práctica, se refiere a un tipo de sueño ligero, breve y socialmente aceptado que puede ocurrir en espacios públicos como oficinas, aulas, trenes o incluso reuniones.
No se trata de una siesta formal ni de un sueño profundo como el que uno tomaría en casa. El Inemuri es más bien una especie de microdescanso: el cuerpo entra en reposo pero el individuo no se desconecta completamente. A veces, la persona incluso mantiene la postura erguida o sujeta algún objeto, como un cuaderno o bolígrafo, lo que refuerza la idea de que sigue comprometido con su entorno.
Este comportamiento ha sido objeto de estudio por parte de antropólogos y sociólogos como Brigitte Steger, especialista en estudios japoneses en la Universidad de Cambridge, quien lo describe como una costumbre profundamente integrada en el tejido cultural nipón, especialmente entre estudiantes y oficinistas.
Para entender el Inemuri, es necesario situarlo en el contexto del modelo laboral japonés, donde la presencia física en el trabajo es fundamental. En muchas empresas niponas, la hora de salida es ambigua y la productividad no siempre se mide en resultados tangibles, sino en el tiempo que se permanece en la oficina. Esta dinámica genera jornadas extenuantes, donde el descanso breve es no solo necesario, sino inevitable.
“Dormirse no está mal si se hace con el cuerpo presente”, explican desde medios locales. La clave está en que el trabajador no se ausenta ni se aísla. Incluso dormido, su cuerpo sigue siendo parte del grupo, cumpliendo con una norma tácita de pertenencia.
Este fenómeno tiene raíces en valores profundamente arraigados como el gaman (aguante), la diligencia y el espíritu de sacrificio, todos pilares del comportamiento social en Japón. De ahí que el Inemuri sea aceptado: representa una forma de mostrar que uno ha llegado al límite de su entrega, pero sin abandonar el lugar de trabajo.
Una de las razones por las que el Inemuri no se asocia a la pereza es porque su ejecución está codificada socialmente. No cualquiera puede hacerlo: suele reservarse a personas de cierto estatus o reputación dentro del grupo. Por ejemplo, un jefe puede dormir en una reunión sin ser cuestionado, mientras que un recién contratado probablemente no tendría esa libertad.
Asimismo, el Inemuri tiene una estética del cansancio útil. Si alguien duerme en el tren con el traje arrugado y la corbata suelta, se interpreta que ha trabajado arduamente todo el día. Esa imagen del “guerrero corporativo” que se entrega por completo a su empresa refuerza la visión positiva del descanso fugaz.
Por contraste, una siesta prolongada, con signos de relajación excesiva o desconexión total, sí podría ser mal vista. Por eso, el Inemuri es también un acto de equilibrio: lo suficiente para recargar energía, pero no tanto como para parecer desentendido.
En un país donde el karōshi —la muerte por exceso de trabajo— es una realidad reconocida, prácticas como el Inemuri pueden entenderse como válvulas de escape que ayudan a mitigar los efectos del estrés crónico.
Aunque no reemplaza el descanso nocturno ni las vacaciones, el Inemuri actúa como una estrategia adaptativa ante un sistema laboral que tiende a la sobreexigencia. Permitir estos microdescansos puede ser una forma de mantener la funcionalidad sin llegar al colapso.
Desde el punto de vista de la salud mental, este tipo de prácticas puede ayudar a evitar el agotamiento emocional y los síntomas del burnout, que en Japón son tan frecuentes como silenciosos. La normalización de descansar sin culpa se convierte entonces en un factor protector.
La pregunta inevitable es si el modelo del Inemuri podría aplicarse en contextos laborales occidentales. A primera vista, parecería incompatible con culturas que valoran la hiperproductividad y que penalizan cualquier forma de desconexión durante la jornada laboral.
En países como Colombia, México, Estados Unidos o España, quedarse dormido en una reunión o sobre el teclado suele interpretarse como falta de compromiso. Sin embargo, algunos sectores han comenzado a reevaluar esa percepción. El auge del trabajo remoto, los debates sobre la jornada laboral de 4 días y el creciente interés por la salud mental corporativa han abierto espacios para pensar en formas más humanas de trabajar.
De hecho, empresas tecnológicas como Google o SAP han implementado salas de descanso y programas que incentivan las siestas cortas, reconociendo que el descanso puede mejorar la creatividad, la toma de decisiones y la eficiencia.
La lección del Inemuri no es tanto que todos debamos dormir en el escritorio, sino que debemos normalizar el descanso como parte del trabajo. Romper con la lógica de la productividad constante y aceptar que el cuerpo y la mente necesitan pausas para seguir funcionando de forma óptima.
No obstante, también es necesario matizar. Algunos expertos advierten que el Inemuri no debe idealizarse sin considerar su contexto. La práctica nace como respuesta a un sistema laboral extremo, y su existencia revela también una cultura donde el descanso formal es insuficiente.
“Dormirse en el trabajo porque se ha trabajado demasiado no debería ser lo normal”, afirman analistas laborales. Lo ideal sería que las jornadas fueran razonables y que el descanso nocturno fuera suficiente para no necesitar dormir en horario laboral.
Además, no todos los trabajadores pueden practicar Inemuri sin consecuencias. Hay desigualdades de género, jerarquía y sector económico que condicionan quién puede hacerlo sin ser juzgado. La aceptación del Inemuri no necesariamente implica equidad.
En última instancia, el Inemuri encierra una paradoja: descansar sin desconectarse, dormirse sin irse del todo, relajarse sin dejar de estar disponible. Esta lógica refleja una forma de lidiar con la sobrecarga sin confrontarla directamente, y quizás ahí radique tanto su virtud como su límite.
Lo que sí queda claro es que el descanso consciente es una deuda pendiente en muchas culturas laborales. Ya sea en forma de microdescansos, pausas activas o días de salud mental, el cuerpo pide parar. Y el cerebro también.
Si hay algo que el Inemuri puede enseñarnos es que no siempre estar despierto equivale a estar presente. Y que permitirnos cerrar los ojos, aunque sea por unos minutos, podría ser la forma más eficaz de abrirlos con más claridad.
¿Qué es el Inemuri?
Es una práctica japonesa que consiste en dormir brevemente en público o en el trabajo, sin desconectarse completamente del entorno.
¿Por qué se permite dormir en el trabajo en Japón?
Porque se interpreta como un signo de compromiso y esfuerzo, no como pereza. Se valora que la persona esté físicamente presente y comprometida.
¿Es bueno para la salud mental practicar Inemuri?
Sí, en cierto modo. Puede servir como una estrategia para reducir el estrés y prevenir el agotamiento, aunque no sustituye un descanso adecuado.
¿Podría implementarse el Inemuri en otros países?
Podría ser adaptado, especialmente en lugares donde se promueven modelos laborales más flexibles y humanizados.
El Inemuri, ¿es para todos?
No. Su aceptación depende del contexto, la jerarquía y la cultura organizacional. No todas las personas pueden practicarlo sin consecuencias.