La cultura popular a veces da lugar a expresiones más allá del entretenimiento: así nació el llamado síndrome de Doña Florinda, un término acuñado a partir del famoso personaje de la vecindad del programa El Chavo del 8. A través de una lente social y psicológica, este “síndrome” describe una serie de actitudes cotidianas despreciativas, clasistas y despectivas que, sin mediar diagnósticos clínicos formales, reflejan comportamientos reales en personas que aparentan un ascenso social.
El Chavo del 8, creado por Roberto Gómez Bolaños y emitido por primera vez en la década de 1970, es un pilar de la televisión latinoamericana. Entre sus personajes, Doña Florinda —interpretada por Florinda Meza— destaca por su postura altiva y protectora hacia su hijo Quico, así como por su rechazo y menosprecio hacia los vecinos, especialmente hacia Don Ramón y el propio Chavo.
En 2012, el autor y sociólogo argentino Rafael Ton empleó esta referencia en el programa Hudson… tenemos un problema para caracterizar un fenómeno social: personas que, con una leve mejora económica, adoptan una postura de superioridad frente a quienes antes habrían sido iguales o cercanos. Más adelante, en 2015, desarrolló el concepto en profundidad en su obra El síndrome de Doña Florinda, donde explora esta dinámica social.
Aunque no es considerado un síndrome médico o psicológico oficial, su uso social y mediático permite identificar rasgos comunes que definen este patrón:
Aunque el término ha ganado relevancia en redes sociales y medios como Infobae, Abc Noticias o Record, muchos expertos advierten que no estamos frente a un trastorno psicológico per se, sino a una metáfora funcional para visibilizar dinámicas sociales comunes.
Según Record, no se trata de un “mal”, pero sí de un conjunto de actitudes autoritarias, moralistas y clasistas que se manifiestan en roles de control, especialmente en contextos familiares y educativos. Por su parte, Infobae señala que algunos relacionan el síndrome con el complejo de superioridad o incluso con el trastorno hubris, caracterizado por arrogancia profunda.
Estas manifestaciones no necesariamente se traducen en escenas dramáticas: aparecen en gestos sutiles, pero reiterados.
En todos estos casos, se evidencia un patrón de comparación y valoración social basado no en logros reales, sino en percepciones que obvian la complejidad humana.
Aunque no hay estudios clínicos sobre “el síndrome” como tal, la evidencia social y de psicología comunitaria sugiere varias consecuencias:
Aunque no es un trastorno clínico, tomar conciencia sobre estos patrones puede prevenir daño relacional y emocional:
Observar cuando surgen en ti o en otros comentarios clasistas, comentarios despectivos o moralismos no justificados. ¿Qué necesitas validar y por qué?
En lugar de juzgar, busca comprender historias personales, contextos y motivaciones. La conexión emocional reduce prejuicios.
Trabaja en autoestima genuina: reconoce logros sin depender de comparaciones y encuentra satisfacción interna por acciones, no por estatus.
Aula, hogar, barrio o trabajo: promueve la mezcla de realidades y el respeto por opiniones, estilos de vida y decisiones ajenas.
Cuando notes voces críticas con cierto tono moralista, invita a reflexionar: ¿qué hay detrás de ese comentario? ¿Qué deseo se esconde? ¿Genera conexión o distancia?
Aunque no es diagnóstico, ciertos rasgos —como desdén constante, ansiedad por estatus, relaciones rígidas— pueden indicar necesidad de trabajo emocional con un psicólogo o coach.
El síndrome de Doña Florinda no está en los manuales diagnósticos, pero su presencia en discursos y comportamientos diarios evidencia que la televisión puede servir de espejo y disparador para discursos sociales. Como señala Record, es “parte de la cultura popular” que permite señalar patrones nocivos sin etiqueta clínica, pero con impacto real.
Sigue siendo relevante preguntarnos si detrás de la altivez no se esconde inseguridad, miedo al juicio o heridas emocionales no procesadas. Pensar en ello es un paso hacia sociedades más empáticas, inclusivas y emocionalmente sanas.
PARLA! se propone visibilizar fenómenos sociales que, sin ser patologías, influyen en la salud mental colectiva. Mecanismos como el “síndrome de Doña Florinda”:
El síndrome de Doña Florinda funciona como una lupa que exhibe comportamientos clasistas, moralistas y altivos, en personas que han experimentado una leve mejora social. Aunque no se considera un trastorno médico, su identificación ayuda a desarticular actitudes que dañan relaciones, fomentan intolerancia y obstruyen la conexión emocional.
En un mundo cada vez más interconectado, donde los contrastes sociales se hacen visibles, reconocer y trabajar sobre esos comportamientos no solo fortalece la salud mental individual, sino que contribuye a sociedades más compasivas, equitativas y emocionalmente sanas. PARLA! abraza este enfoque: cultura, psicología y convivencia pueden coexistir sin jerarquías tóxicas, y es responsabilidad de todos impulsar ese cambio.