Fingir un orgasmo es una práctica más común de lo que parece, pero sus efectos silenciosos pueden ser profundos. El 63 % de las mujeres lo hace para no herir los sentimientos de su pareja, y un 41 % declara no saber cómo pedir lo que necesita en la cama. Aunque a veces se piensa que ayuda a mantener la armonía, esta simulación puede impactar seriamente en la salud mental y emocional de quien lo practica.
La sexóloga Ana Lombardía afirma en un artículo de Vogue que “Hay mucho miedo a no sentirnos válidas, no suficientemente sexuales o experimentadas, y que nuestra pareja nos rechace. El miedo al rechazo está de fondo siempre que fingimos un orgasmo”. Este comportamiento repetido tiene consecuencias reales:
Además, estudios en salud sexual conectan esta práctica con baja autoestima, ansiedad, incluso anorgasmia, trastornos físicos y mentales que van más allá del dormitorio.
Las motivaciones son variadas:
La falta de comunicación abierta y el temor a expresar lo que realmente disfrutan favorecen este ciclo.
Más allá del impacto emocional inmediato, fingir puede alterar profundamente la relación contigo mismo y con el otro:
Romper patrones de simular es posible con intención y acompañamiento. SELIA propone una hoja de ruta de cuatro pasos:
Si sientes que fingir está afectando tu relación o bienestar, puede ser momento de acudir a terapeutas sensibles al tema. La terapia ofrece espacio de exploración sin juicio, donde la sexualidad se aborda desde el placer sincero.
Fingir empaña la conexión emocional y vuelve al cuerpo un instrumento de aprobación. En cambio, elegir la honestidad abre camino a relaciones más auténticas, intimidad consciente y salud mental fortalecida. El orgasmo deja de ser meta para transformarse en expresión de presencia compartida.
En palabras de Eva Moreno: “Tenemos la sexualidad idealizada… todo eso es lo que puede llegar a cargarse el deseo sexual” . Salir del guion no exige perfección —solo plenitud.