Sentirse como un fraude, dudar de las propias capacidades o tener la constante sensación de no estar a la altura. Así se describe el síndrome del impostor, un fenómeno que afecta de forma silenciosa pero contundente a miles de personas. En Colombia, un estudio reciente realizado por Cifras & Conceptos reveló un dato alarmante: el 70 % de los jóvenes presenta síntomas asociados a este trastorno emocional.
La investigación, divulgada por la Revista Semana, señala que la aparición del síndrome se relaciona estrechamente con el uso de redes sociales y las expectativas poco realistas que se construyen en torno al éxito personal y profesional. Esta realidad, que cada vez se hace más común, pone en evidencia un malestar que ha crecido a la sombra del rendimiento, la productividad y la comparación constante.
Aunque el síndrome del impostor no es considerado un trastorno clínico por la comunidad psiquiátrica, su impacto en la salud mental es innegable. Quienes lo padecen suelen experimentar ansiedad, baja autoestima, inseguridad constante y miedo al fracaso, a pesar de contar con logros objetivos.
La población joven en Colombia está particularmente expuesta. En medio de un panorama de alta competitividad y presión social, la autopercepción se ve constantemente erosionada. Muchos jóvenes internalizan la idea de que no son lo suficientemente buenos, lo cual afecta su desarrollo académico, laboral y emocional.
Uno de los factores que más incide en este fenómeno es el uso intensivo de redes sociales. Las plataformas digitales se han convertido en vitrinas donde se expone solo una versión editada y positiva de la vida. Esta narrativa constante de éxito y felicidad crea un espejismo que muchos intentan imitar, cayendo en comparaciones destructivas.
"Parece que todos logran cosas grandes menos yo", "mi vida no se ve tan perfecta como la de otros". Estas son frases recurrentes entre quienes sufren el síndrome del impostor. La presión de mantener una imagen impecable, de ser siempre eficientes y exitosos, lleva a los jóvenes a desconfiar incluso de sus capacidades reales.
A menudo, este malestar se vive en secreto. Los jóvenes no suelen verbalizar lo que sienten, en parte porque creen que admitir inseguridad los hará ver vulnerables o poco competentes. Este silencio refuerza el ciclo de duda y hace que el problema se perpetúe.
Además, en una cultura donde el rendimiento se valora más que el bienestar, el síndrome del impostor puede incluso pasar desapercibido o ser confundido con humildad. Sin embargo, sus consecuencias son profundas: aislamiento, dificultad para celebrar los propios logros, rechazo a nuevas oportunidades y, en algunos casos, depresión.
Superar el síndrome del impostor requiere una acción conjunta desde distintos ámbitos. En casa, es clave promover la autoaceptación y reconocer los esfuerzos más allá del resultado. En las instituciones educativas, se debe fomentar una cultura del error como parte del aprendizaje y evitar premiar solo a los que obtienen los mejores resultados.
En el ámbito laboral, es importante que las empresas creen espacios donde se valore el proceso, se escuche a los empleados y se reconozcan sus habilidades sin caer en exigencias desproporcionadas. Validar las emociones, ofrecer retroalimentación constructiva y abrir espacios de conversación puede ser un primer paso.
Afortunadamente, el acompañamiento terapéutico es una herramienta efectiva para abordar este fenómeno. Identificar los patrones de pensamiento disfuncionales, reestructurar creencias negativas y trabajar en la seguridad personal permite que los jóvenes puedan valorar sus logros sin culpa.
Desde PARLA!, portal dedicado a la salud mental, se promueve el acceso a recursos de calidad para comprender mejor este tipo de experiencias. Entender que no se está solo, que hay miles de personas sintiendo lo mismo, es el primer paso para sanar.
Visibilizar el síndrome del impostor es clave para dejar de normalizar el sufrimiento silencioso. Hablar de nuestras inseguridades no es un signo de debilidad, sino de valentía. Cuestionar los estándares impuestos por redes sociales, reconocer la valía de los procesos personales y construir relaciones donde se pueda compartir sin miedo a ser juzgado, son pasos fundamentales hacia una vida más libre.
Porque sentirse suficiente no debe ser la excepción. Y porque ningún logro merece vivirse con culpa.