
Con el paso de los años, muchos notamos que las amistades que parecían inmortales se erosionan. ¿Por qué ocurre esto? En este artículo exploramos las tres razones claves que identificó el experto Mark Travers (citadas en Infobae) para explicar este fenómeno, cómo impacta nuestro bienestar emocional y qué hacer para recuperar vínculos auténticos.
¿Te ha sucedido que, de pronto, alguien que fue parte importante de tu vida ya no responde, ya no comparte planes, o simplemente se aleja? Esa experiencia no es inusual. A medida que entramos en la adultez, mantener amistades profundas y constantes se vuelve cada vez más difícil.
El psicólogo Mark Travers, en una columna para Forbes citada por Infobae, destaca que hay causas psicológicas y sociales detrás de la dificultad para sostener amistades en la vida adulta. Conocer esas razones puede ayudarte a comprender lo que sucede y, si lo deseas, actuar para fortalecer tus lazos. (infobae)
En este texto preguntaremos: ¿qué transforma nuestras amistades con los años? ¿por qué algunos vínculos se diluyen sin conflicto aparente? Y, lo más importante: ¿qué podemos hacer al respecto?
Una de las razones que Travers identifica es que en la adultez muchas personas esperan que los demás inicien el contacto. En la juventud, la espontaneidad es la norma: invitas, te invitan, conoces gente sin pensarlo tanto. Pero de adultos, ese impulso se recalibra. Se vuelve habitual pensar: “si él o ella quisiera, me llamaría”. Cuando ambos piensan eso, el silencio triunfa.
La columna cita que “la inclinación a ser más reservados y la creencia de que la simple cercanía basta para generar vínculos” dificultan que se formen nuevas relaciones o que se preserven las viejas.
Ese gesto de esperar puede matar amistades. Porque una amistad no se sostiene sola: requiere iniciativa mutua, continuidad y pequeños gestos que recuerden al otro que importa.
Si reconoces que tú mismo caes en la trampa de no hacer el primer gesto, puedes revertirla. Llamar, escribir, proponer un encuentro: esos pasos, aunque pequeños, son señales poderosas. Quizás alguien espera que tú hagas ese movimiento.
Plantea conversaciones honestas: “me gustaría verte más”, “sé que todos estamos ocupados, ¿te parece si agendamos algo?”. Reconocer ese espacio requiere valentía, pero puede reanimar conexiones olvidadas.
Otra razón que cita Travers es la rigidez en las expectativas. Lo que esperábamos en la juventud —contacto frecuente, planes espontáneos, cercanía cotidiana— ya no siempre es viable para adultos con múltiples responsabilidades (trabajo, familia, proyectos).
Según la columna, “la calidad de la amistad y el tiempo compartido son predictores sólidos del bienestar”, pero cuando dejamos de adaptarnos, perdemos mucho de esa calidad.
La expectativa de que los amigos deben estar presentes como antes puede volverse una carga. Cuando alguien no cumple esos roles idealizados, sentimos decepción y alejamiento.
Una estrategia para preservar amistades adultas es flexibilizar lo que esperamos del otro. Aceptar que hay temporadas en que uno no puede aparecer tanto no significa menor cariño, sino reconocer la realidad de sus vidas.
En lugar de medir la amistad por frecuencia, podemos medirla por calidad: ¿cómo nos tratamos cuando nos vemos, qué nos decimos, qué compartimos? Esos gestos pueden sostener un vínculo más que la recurrencia de encuentros.
Una tercera causa que Travers destaca es cuando, sin hablarlo, esperamos que los amigos actúen de determinada manera: respuestas inmediatas, participación constante, coincidencia de valores o estilos de vida. Cuando esas expectativas no se cumplen, la decepción erosiona la relación.
Infobae explica que muchas personas guardan expectativas silenciosas sobre cómo debe comportarse su amigo: “respuestas instantáneas, inclusión constante o similitud total”. Cuando no sucede, la frustración socava el vínculo.
Ese problema se complica en la adultez porque todos cambiamos: intereses, prioridades, circunstancias. Exigir la versión antigua del otro puede condenar la amistad a una lucha imposible.
El antídoto frente a esas expectativas ocultas es la comunicación abierta. Preguntar: “¿cómo quieres que nos veamos ahora?”, “entiendo que estás ocupado, ¿qué frecuencia podríamos manejar?”, “me gustaría que me respondieras aunque sea con un mensaje corto”.
Las amistades que sobreviven los años son las que renegocian acuerdos: adaptan horarios, modos de conexión y compromisos mutuos. Ser vulnerables sobre lo que sentimos y esperamos puede fortalecer el vínculo.
Cuando las amistades se desvanecen, no es solamente un hueco social. Tiene consecuencias en nuestro bienestar mental. La soledad no deseada está vinculada con depresión, ansiedad, disminución de autoestima y deterioro en la sensación de pertenencia.
Investigaciones muestran que las interacciones informales, incluso con personas que no consideramos íntimas, contribuyen al sentido de comunidad y bienestar. El psicólogo Taylor West, citado en la columna, señala que “interacciones casuales con desconocidos o conocidos están asociadas con menos soledad y mejor salud mental”.
Cuando perdemos esas redes —amigos que antes nos sostenían emocionalmente— dejamos de recibir esas pequeñas dosis de conexión cotidiana que nutren el alma.
La ciencia social también avala que las amistades cambian con el tiempo. Un estudio sobre turnover in close friendships encontró que incluso los vínculos más cercanos no son completamente estáticos. En ese estudio, aunque las amistades íntimas suelen ser bastante estables a lo largo de años, cada año entre 1 % y 4 % de esos lazos cambian o desaparecen.
Otro estudio, Absence makes the heart grow fonder, halló que cuando las personas no interactúan durante cierto período, su relación tiende a debilitarse, salvo que inviertan deliberadamente esfuerzos de recomunicación.
Estas investigaciones refuerzan lo que Travers describe: no basta con tener una amistad, hay que mantenerla activamente, adaptarla y cuidarla con pequeños gestos.
Sí, no todo está perdido. Si reconoces que una relación se distancia, hay pasos que puedes intentar:
A veces, el vínculo antiguo no puede recuperarse tal cual era, pero puede transformarse en una nueva versión que se adapte al presente de ambos.
Cuando una amistad que tenía importancia para ti se desvanece, el duelo puede sentirse real: tristeza, nostalgia, preguntas sin respuesta. En esos casos, no ignores ese dolor. Permítete llorar la ausencia, reflexionar y entender qué pérdidas simbólicas implica (confianza, complicidad, recuerdos compartidos).
Si esa pérdida afecta tu ánimo, tu equilibrio emocional, tus relaciones cotidianas o te sientes aislado, es válido buscar ayuda. No estás solo.
Te invito a explorar terapeutas y psicólogos en línea de SELIA. Conversar con un profesional puede ayudarte a procesar ese vacío y preparar el terreno para nuevos vínculos.
Si quieres fortalecer tus relaciones en la adultez, estas prácticas pueden ayudarte:
Si sientes que la pérdida o el vacío de amistades te pesa, no enfrentarlo solo. Puedes conectar con acompañamiento psicológico que te apoye a reconstruir tu red afectiva interior. Visita esta opción de expertos disponibles de SELIA.
Para quienes desean trabajar en sus vínculos de forma guiada, puedes conocer los programas especializados de SELIA. Allí encontrarás rutas para sanar, reconectarte y fortalecer tu red emocional.
Las amistades adultas no desaparecen por falta de cariño, sino porque cambian las condiciones de vida, las expectativas y las dinámicas implícitas que no siempre se comunican. Conocer esas tres razones —esperas pasivas, rigidez en expectativas y expectativas no expresadas— te da herramientas para intervenir y rescatar vínculos, o bien dejar ir con dignidad lo que ya no sostiene.
En el final, vale preguntarse: ¿prefiero lamentar lo que perdí o construir lo que aún puedo compartir? Las amistades adultas merecen cuidado, diálogo y consciencia. Y tú también mereces redes que te sostengan en el presente.
¿Es normal que con la edad perdamos amigos?
Sí. El cambio de prioridades, responsabilidades y estilos de vida hace que muchas amistades se transformen o desvanezcan de forma natural.
¿Puedo reconectar con alguien que se alejó hace años?
Sí, siempre que haya voluntad. Un mensaje honesto y abierto puede reactivar vínculos, aunque no siempre vuelvan a ser como antes.
¿Cómo saber si una amistad ya no vale la pena mantenerla?
Cuando la relación genera más malestar que bienestar, cuando hay constantes decepciones, falta de reciprocidad o dolor persistente, puede ser momento de replantearla o dejarla ir.
En Selia te acompañamos con herramientas y ejercicios para cuidar tu bienestar emocional.
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