El auge de los dispositivos móviles ha creado una nueva realidad: la dependencia digital. El médico especialista en sueño Javier Albares advierte que estamos “criando a una generación zombi”, atrapada en la hiperestimulación, la pérdida de sueño y la adicción desde edades tempranas. Así lo expone en su libro Generación Zombi y en una reciente entrevista con El País, donde lanza una alerta clara: “Estamos interfiriendo con el desarrollo cerebral de nuestros hijos”.
En este contexto, la adicción a pantallas está dejando huellas profundas en el desarrollo cognitivo y emocional de niños, adolescentes y adultos, moldeando una sociedad en la que el bienestar mental y físico está en riesgo.
El concepto nace de la observación de Albares, quien asegura que la exposición prolongada a móviles y tabletas genera privación crónica de sueño, pérdida de concentración, cuadros de irritabilidad y una disminución del coeficiente intelectual. Según explica en El País, la sobreestimulación activa el sistema de recompensa del cerebro de forma similar a sustancias como la cocaína, creando adicción digital.
El autor denomina este estado “síndrome de la pantalla electrónica”, asociado a irritabilidad, sobreactividad e impulsividad entre los menores. La metáfora del “zombi” alude a niños y adolescentes que caminan absortos en la luz azul, desconectados de la realidad y de sí mismos, sin capacidad de respuesta emocional ni atención sostenida.
Las consecuencias de esta adicción digital son profundas. Estudios longitudinales muestran que el uso adictivo de pantallas se relaciona con un mayor riesgo de depresión, ansiedad, ideación suicida y pérdida de motivación. Pero no se trata solo de cuánto tiempo se pasa frente a una pantalla, sino de la incapacidad de controlar el impulso de usarla.
La privación de sueño por el uso nocturno de dispositivos —especialmente entre adolescentes— deteriora la salud mental. El fenómeno del “vamping”, quedarse despierto hasta la madrugada viendo videos o navegando redes sociales, contribuye al aumento de la fatiga crónica, la desregulación emocional y el bajo rendimiento escolar.
La llamada “generación zombi” padece brain rot: fatiga mental, confusión, insomnio, pérdida de memoria a corto plazo y debilitamiento de las relaciones humanas. A ello se suman problemas físicos como sedentarismo, tensión ocular crónica, mala postura y dolores de cabeza frecuentes.
Javier Albares sostiene que el impacto es aún más grave en la infancia. En El País denuncia que el uso excesivo de pantallas desde edades tempranas altera el desarrollo neurológico y afecta funciones básicas como la atención, la empatía y el control emocional. “No se trata de una exageración. El coeficiente intelectual medio ha bajado desde 2010, justo cuando los móviles comenzaron a popularizarse entre menores de edad”, afirma.
Según estudios, niños de entre 9 y 10 años con hábitos de consumo digital compulsivo tienen hasta tres veces más probabilidades de desarrollar síntomas de ansiedad, depresión o retraimiento social. Muchos presentan dificultades para comunicarse, jugar en grupo o autorregular sus emociones sin un estímulo visual constante.
El término zombie scrolling se ha popularizado para describir la conducta de desplazarse por el celular de manera automática, sin intención clara, en busca de estímulos continuos. Este hábito, que se repite en adolescentes y adultos, simula un estado de trance donde el tiempo pasa sin conciencia ni propósito.
Este scroll infinito genera una falsa sensación de control, pero en realidad representa un patrón compulsivo que fragmenta la atención y desgasta el sistema nervioso. Jóvenes que pasan horas frente a TikTok, Instagram o YouTube declaran sentirse más aislados, aburridos y estresados al terminar una sesión.
El problema no reside solo en los usuarios, sino en el diseño de las propias plataformas. Las redes sociales aplican principios psicológicos como las recompensas intermitentes, la notificación constante y el autoplay, todo pensado para generar picos de dopamina y retener al usuario el mayor tiempo posible.
Estas prácticas refuerzan una conducta adictiva muy similar a la de los juegos de azar. Por ello, expertos como Albares proponen abordar esta crisis como una emergencia de salud pública, y no como un simple problema de disciplina familiar.
Algunas señales de alarma que pueden indicar una adicción a pantallas incluyen:
Establecer horarios libres de tecnología, especialmente antes de dormir, favorece el sueño reparador y reduce la estimulación cerebral excesiva. Las cenas, el tiempo en familia y el juego deben ser libres de móviles.
No es necesario eliminar completamente los dispositivos, pero sí aprender a usarlos con consciencia. Actividades como pasar un día sin redes, tener un celular “tonto” los fines de semana o usar apps que bloquean el scroll pueden ser muy efectivas.
Es fundamental enseñar a los niños y adolescentes que las redes no reflejan la vida real. La comparación constante, la búsqueda de aprobación y el miedo a quedarse fuera (FOMO) afectan su autoestima. Fomentar conversaciones abiertas sobre emociones es clave.
Los niños copian lo que ven. Si los adultos pasan horas en el celular, será difícil exigir lo contrario. Es vital que padres, docentes y cuidadores asuman un uso responsable de la tecnología y promuevan otras formas de entretenimiento.
En casos más severos, la terapia psicológica puede ayudar a identificar las causas del uso compulsivo de pantallas, brindar herramientas de autocontrol y trabajar la regulación emocional desde la raíz.
La tecnología no es mala por sí misma. Ha traído avances incalculables. Pero cuando sustituye el vínculo humano, el movimiento físico, el descanso y la reflexión, comienza a vaciar nuestra experiencia vital. La adicción a pantallas no es solo un reto individual, sino una pregunta urgente sobre qué tipo de sociedad queremos construir.
¿Seguiremos formando generaciones que no pueden dormir sin un video, que no saben aburrirse o que no se reconocen en el silencio?
Frente al avance de la “generación zombi”, es posible cultivar una nueva conciencia digital: más pausada, reflexiva y saludable. No se trata de demonizar la tecnología, sino de recuperar el equilibrio entre el mundo virtual y el real.
Desde PARLA! creemos que es momento de frenar, mirar a nuestro alrededor, reconectar con la experiencia plena, y enseñar a las nuevas generaciones que vivir va más allá de una pantalla. Porque detrás del scroll, todavía hay vida. Y vale la pena sentirla.