“Quizá sea el momento de dejar de golpearnos tanto, de darnos un respiro, de tratarnos con la misma compasión con la que tratamos a los demás.” Así concluye una de las publicaciones más virales de Aida Victoria Merlano, creadora de contenido, influencer y figura polémica, pero también —y esto lo demuestra con creces— una voz con eco emocional entre miles de personas que se sienten identificadas con una realidad tan cotidiana como invisible: el autojuicio constante.
Aunque las palabras de Aida suelen estar envueltas en escándalos o controversia, esta vez dieron en un punto vulnerable y universal. ¿Te has sorprendido siendo más duro contigo mismo que con cualquier otra persona? ¿Te repites frases hirientes que jamás le dirías a alguien más? Si la respuesta es sí, entonces sabes de qué estamos hablando. Y es momento de hacerlo visible.
La declaración de Aida Victoria no es un simple desahogo personal. Es un reflejo de una conducta mental ampliamente extendida: la de juzgarnos de manera implacable, incluso en los momentos en los que más apoyo necesitamos.
En sus palabras, “es impresionante cómo somos capaces de acompañar a otros en su dolor, pero nos negamos a acompañarnos a nosotros mismos”. Ese contraste revela una dinámica emocional compleja: desarrollamos empatía hacia el otro, pero nos quedamos sin herramientas cuando se trata de lidiar con nuestro propio sufrimiento.
La ciencia lo respalda. La autocrítica excesiva ha sido asociada con múltiples condiciones de salud mental, incluyendo ansiedad, depresión, trastornos alimenticios e incluso burnout emocional. No se trata solo de una tendencia a exigirse, sino de un patrón que erosiona la autoestima, sabotea la motivación y deteriora el bienestar general.
¿Cuántas veces al día repites en silencio frases como “no sirvo para nada”, “todo lo hago mal”, “no tengo derecho a sentirme mal porque otros están peor”? Estas expresiones son ejemplos del llamado diálogo interno negativo, una forma de conversación interna en la que nos agredimos o desvalorizamos.
Y no, no nacemos con esa voz crítica. Según especialistas en psicología del desarrollo, este tipo de discurso se aprende desde la infancia: puede venir de figuras de autoridad, del entorno escolar, de expectativas sociales o familiares, e incluso de experiencias traumáticas que nos enseñaron a vincular nuestra valía al rendimiento, la perfección o el control.
En un mundo sobreestimulado por redes sociales, comparaciones constantes y exigencias de éxito, es fácil interiorizar una narrativa de insuficiencia. Lo que dijo Aida no es solo un post viral: es un espejo de lo que muchos no se atreven a decir.
Curiosamente, el autojuicio no es solo una forma de maltrato mental; también es una estrategia de supervivencia mal adaptada. En contextos antiguos, autocorregirse podía evitar castigos o rechazos del grupo. Sin embargo, en la vida moderna, este mecanismo se convierte en un sabotaje constante que agota la energía emocional.
Aida lo resume de forma cruda pero real: “te castigas antes de que lo hagan los demás”. Y así, sin darnos cuenta, anticipamos el dolor emocional auto infligiéndolo, como si eso nos blindara de la crítica externa.
Pero el precio es alto: vivir en modo de alerta, autocensura y culpa permanente genera agotamiento mental y deteriora la relación contigo mismo.
Numerosos estudios han evidenciado que las personas con altos niveles de autocrítica presentan mayor activación en zonas del cerebro relacionadas con el dolor emocional. Es decir, las palabras que te dices pueden doler tanto como una herida física.
Además, la autocrítica crónica está asociada con:
Por eso, no es exagerado decir que la forma en que te hablas puede determinar cómo enfrentas la vida. Lo que empezó como una frase de Aida Victoria puede abrir una conversación urgente sobre el cuidado mental desde adentro.
No necesitas tener un diagnóstico clínico para reconocer que tu relación contigo mismo está cargada de dureza. Aquí algunas señales comunes de autojuicio excesivo:
Si alguna de estas frases te resulta familiar, es momento de hacer una pausa. De escucharte sin filtros. De darte un trato justo.
En el corazón de esta discusión aparece un concepto que cada vez cobra más fuerza en psicología contemporánea: la autocompasión. No es lástima, no es conformismo. Es la capacidad de tratarte con el mismo respeto, empatía y ternura que darías a un ser querido en momentos de vulnerabilidad.
“Darte permiso de sentir sin juzgarte, de fallar sin destruirte, de seguir sin exigirte perfección”, eso es practicar la autocompasión, y es también una forma de rebelarse contra una cultura que asocia valía con rendimiento.
Kristin Neff, una de las principales investigadoras del tema, sostiene que la autocompasión reduce el estrés, fortalece la resiliencia y mejora la regulación emocional, todo sin disminuir la motivación o el sentido de responsabilidad.
En palabras de Aida: “quizá sea momento de abrazarnos, sin condiciones, como lo haríamos con alguien que amamos profundamente”.
Las declaraciones de Aida Victoria Merlano resonaron en medios, redes y comunidades por una razón: nos hablaron en un lenguaje que conocemos, aunque no siempre verbalizamos. El juzgamiento interno, esa costumbre de ser nuestro peor enemigo, nos acompaña silenciosamente. Ponerlo sobre la mesa es el primer paso para desmontarlo.
Este fenómeno también nos enseña el poder que tienen las figuras públicas para abrir conversaciones incómodas pero necesarias. No se trata de idealizar ni de estar de acuerdo con todo lo que digan, sino de reconocer que hay mensajes que trascienden al personaje y tocan a la persona.
¿Y ahora qué? Aquí algunas estrategias para comenzar a desmontar el autojuicio y cultivar un trato más saludable contigo:
El bienestar emocional no se logra solo con meditación, descanso o terapia (aunque todo eso ayuda). También se construye en el día a día, en los diálogos que sostenemos con nosotros mismos cuando nadie nos oye.
Y en ese camino, frases como las de Aida Victoria pueden ser semillas de reflexión. Porque sí, está bien cuestionarnos. Pero no está bien torturarnos. Está bien querer mejorar. Pero no a costa de destruirnos.
La próxima vez que tu voz interior se vuelva juez, recuerda esto: quizá sea el momento de darte una tregua. De mirar tu vida con los ojos con los que mirarías la de alguien que amas. Porque sí, también mereces ese amor.
En Selia te acompañamos con herramientas y ejercicios para cuidar tu bienestar emocional.
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